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Mostrando entradas de octubre, 2017

TRANSPORTE URBANO

El asfalto como un disco de vinyl enderezado, las ruedas obligadas a frenar a cada instante y el celular resaltando tu nombre con impertinencia. Sintiendo baches, aceleraciones, el exceso de diez millones de bípedos detrás de cuatro ruedas. Lo corto de las calles, lo absurdo de las reglas y cientos imponiendo sus propios métodos. Alguno habla de caos mientras las líneas de "La Fantasma de Higüey" resaltan entre mis manos. Me obliga a retroceder entre Javier y Bartolo. Y el celular insiste en tu rostro y tu nombre... Obligada a escapar, sin pena, de mil formas por esta vez, me hiere irme de donde quiero estar. ©Leibi Ng

SIN CHAISE LONGUE

Yo quería sufrir lánguidamente como la Dama de las Camelias, pero sin sus compromisos de ida y vuelta. Sus vaporosos trajes sobre mis carnes menguadas, vacíos de sombras y de olvidos. Yo quería conservar un solo instante de adoración correspondida, derramando ternura como nube preñada de rocío. Pero el bacilo se metió en mi sangre y una tos dulce inflama el tórax a discreción. No tengo chaise longue ni soy adorada y el pañuelo absorbe mi dolor tísico. La sangre, que a tantas heroínas vi escupir, ahora no acude ni siquiera a mis mejillas Quedo desnuda de color y de amor y puedo morir en un solo estertor disimulando el pecho. Mejor que no informe de mi tuberculosis o todos rehuirán mi compañía... ¡Maldito Robert Koch! Morir de no saber qué, es siempre mucho más bonito... ¡En fin! Yo sola yaceré de igual manera. Mi cuerpo se aleja a diez metros del suelo y me miro pobre, niña desolada tan vacía de amores como de antibióticos. Ciega ante las reglas del juego. Sorda ante el rumor de las dud

CONSTELACIÓN

Así de madrugada, quien espera ahora lo cuenta como bueno y válido. Y sin embargo hay gestos de las manos que apresan piel de un color absoluto casi desentrañable, como si fuera azul o gris, o sable… Nos amamos los dos en horas distantes Cuando un satélite frenaba oxymoron del aire y de esa forma inexplicable se unían los deseos como un cable. Yo tenía miedo atroz y él para nada, o lo disimulaba, porque era osado como un loco y como un desenfrenado me enlazaba. De alguna forma se concretaba en dos la historia interminable de la mujer que anhela y el dios que sabe. Por eso nos salvábamos los dos cuando dormían las estrellas o se hacían las discretas, indiferentes a la común acción de los simples mortales. Y un río de vía láctea se asomaba a iluminar dos cuerpos que en el aire parecían de cisnes o de ánades. Una historia común, tan manoseada era en el aquel instante tan sublime porque nunca jamás esto sucedió y sin embargo juro que conservo aún mordidas en mi carne. ©Leibi Ng