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DIEGO

Ahora me ha dado por seguirle los pasos a tu apellido, nombre que recuerda a un lago en calma o a un ser instruido, sabio en la sombra, parsimonioso y breve. Él solo logra nombrar pequeñas cosas desentrañando el color de la espera extrae el alma dormida en las esferas. Yo sé que nunca llegaré a apresarlo con mi impaciencia y este vivir corriendo sin respirar el aire de allá afuera con su silencio como de cementerio. No sé de hormigas, secretos entrañables, no sé de gatos con fuego en las pupilas no sé de trenes, fantasmas sobre rieles. Diego, el que nombra escindiendo el cielo: penumbra y luz, matices que diluyen sinfín de génesis en origen perpetuo. Y esa pared formada por las motas de un polvo cósmico que nunca se enamora y jamás toca el suelo. Desayunar con el café más tierno nombrar el pan y paladearlo lerdo, Diego-trasluz en el patio tan suyo rey poderoso del reinado Tiempo. Veo emociones en su decir honesto un cruce extraño con la melancolía de uno sin libertad para soñar ventana