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DIEGO



Ahora me ha dado por seguirle los pasos
a tu apellido, nombre que recuerda
a un lago en calma o a un ser instruido,
sabio en la sombra, parsimonioso y breve.

Él solo logra nombrar pequeñas cosas
desentrañando el color de la espera
extrae el alma dormida en las esferas.

Yo sé que nunca llegaré a apresarlo
con mi impaciencia y este vivir corriendo
sin respirar el aire de allá afuera
con su silencio como de cementerio.

No sé de hormigas, secretos entrañables,
no sé de gatos con fuego en las pupilas
no sé de trenes, fantasmas sobre rieles.

Diego, el que nombra escindiendo el cielo:
penumbra y luz, matices que diluyen
sinfín de génesis en origen perpetuo.

Y esa pared formada por las motas
de un polvo cósmico que nunca se enamora
y jamás toca el suelo.

Desayunar con el café más tierno
nombrar el pan y paladearlo lerdo,
Diego-trasluz en el patio tan suyo
rey poderoso del reinado Tiempo.

Veo emociones en su decir honesto
un cruce extraño con la melancolía
de uno sin libertad para soñar ventanas
y sin embargo, es un pájaro suelto
que con sus alas bautiza lo creado
solo porque renazcan y de pronto
sean nuevas aun en la penumbra.

Diego, Eliseo, tan hijo de asturiano
como cubano entero,
eres espectro sin ser invisible
robas la esencia de todas las cosas
que languidecen hasta que tú las nombras.

©Leibi Ng

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