Oye mi ruego Tú, Dios que me calmas, recoge uno por uno mis dolores, Tú que a millones dejas sanos y salvos rozagantes e indiferentes ante mi agonía. Dime por qué concentras en mi cuerpo los aguijones de esta bestia horrenda que clava en cada poro de mi carne sus ponzoñas cargadas de veneno. ¡Qué magnífico Dios de casi todos! Capaz de concentrar en sí mismo las fuerzas que otorgan salud y bienes a unos sí, a otros no, sin desentrañar el misterio de elección y apenada me dejas sin saber por qué mis huesos son tan frágiles y mis venas tan tiesas. ©Leibi Ng