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Fuerza de la luz



Tenía que conformarme con lo dicho.
Disentir era soltar los perros.
Consciente de que mucho me faltaba
tragué en seco y alerté mis sentidos:
yo solita entré en el laberinto.
Intenté ser la mujer deseada,
calmada  acepté mi destino
de no saber hacer tortilla de papas
y pretender que Arguiñano
a mi lado no alcanzaba estatura de niño.

Limpiar,
limpié mis culpas
en todos los rincones.
Me deshice de aromas
con espíritus de Hartshorn
y en cada intento por
brillarlo todo
luz y lustre solté hasta por los codos.

Aquella vida… Mejor dicho no-vida
bendijo el Metro de Madrid con lágrimas
ante la indiferencia de los feligreses
deshumanizados (eso no hay que contarlo:
los inmigrantes lloran todos los días).

Echando a un lado la mala experiencia
mi alma no olvida las horas
en que la luz entraba a raudales
y sólo el amor mío me bastaba
para sobrevivir y un día contarlo.

© Leibi NG

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