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Mostrando entradas de mayo, 2019

Nací para estar triste

Gloria Fortun. Pinterest La flor que en su momento, esplendor luce sola, sabe que morirá marchita en gloria. Una abeja su polen lleva (mensaje al viento) y otra vez nacerá sin argumento. Pero el hombre que tala, ara, destruye y vuelve a hacer... no siempre tiene un hijo que conserve aquello que su viejo construyó con sudor y con lágrimas. Y aquí estoy yo, entrando por los ojos la tristeza de ver que otros desprecian el oro del saber.             Crecí sin libros. El hambre de tenerlos se ha instalado en mis huesos. Muero despierta y sé, que éstas, mis cosas, nadie querrá a su vez. ¡Oh, abeja dorada, con tu franja de tinta, escríbeme esta página! Haz que mis sentimientos permanezcan en tierna inteligencia y que un día la tristeza sea borrada cuando la Humanidad desista de atesorar lo material y entienda que la vida se perpetúa por ese hilo de oro de la abeja que hace renacer el saber en nuevas plazas. ©Leibi Ng

Eso es todo

Esta es la historia de ella, la virgen espigada de ojos tiernos, que acosada por los avances amorosos del casado, cedió. Dejó que él la llevara al sitio donde se ama. Dejó que desnudara su piel. Dejó que se incendiara en su vorágine. Dejó que se elevara cual montaña. Dejó que removiera sus entrañas. Dejó que poco a poco descendiera. Dejó que se muriera dentro de ella. Dejó que aquella lava descendiera. Dejó su himen junto al macho inerte. Dejó el mito de la virginidad en la cama. Y salió sola. Más libre que en la entrada. Más mujer que ninguna al conocer que sus gemidos serían para quien la quisiera en cuerpo y alma. ©Leibi Ng

A VECES

A veces uno se abstiene cuando los hilos del títere que somos (herencia de los desheredados) se hace visible. A veces vale más el llanto silencioso que la denuncia abierta. A veces el deseo de separar al par en la contienda se vuelve inútil ante el atizamiento de la multitud. A veces lo que parece un bien es un regalo de maldad. A veces los designios del odio impulsan la tercera ola. ©Leibi Ng

El corvette

Ya no sé si era azul o era verde pero me dio una bola desde la UASD y se quedó a presumir de la carrocería con un emblema que es toda una leyenda. Me dijo que me enseñaría a conducir pero eso a mí nunca me ha interesado. Como en una película, lo vi sentado en la sala pidiéndole mi mano a mi mamá y ella tan sabia siempre, solo dijo: “Si ella quiere” y yo quise. Pero lo cierto es que no sabía. Así que nos sentamos dos o tres noches en sendas mecedoras tomados de la mano mirando el trajín de aquella casa, cuidando a mi hermana menor y oyendo voces de la calle junto a unos proyectos muy raros, como dotar de baterías a las latas de candela de los maniceros; para mayor realismo, ellas tirarían chispas artificiales... Un día no volvió y fue tan natural como había llegado. El resto fue recoger la grabadora, que le había prestado, en una casa de la Mella en el segundo piso donde me recibió una rubia teñida argumentando lo que yo no quería saber. Ciertamente, fueron los amores más extraños. Nunc