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Capitán de mi Alma

Nelson Mandela Vencí la humedad del musgo en la lúgubre y estrecha celda. Vencí al dolor reflejado en las pupilas. Vencí la tristeza que ocultaba la sonrisa. Vencí el rumor, la calumnia y el desprecio. Me alcé sobre los montes del prejuicio. No sucumbí al poder, la tentación ni al verbo malicioso de los escépticos. Probé que ser hombre es dominar el miedo. Oh tierra que te hiciste ancha para aguardarme. Oh, cárcel que me diste alas para elevarme. Oh, firmamento que amplificaste el grito de libertad llevado hasta el más recóndito ángulo del Planeta. Oh Sudáfrica amada, mezclada en los colores de la siembra segregada en la distancia de tu infinita sed de paz me integro a tu paisaje para no desligarme de tu amparo. Porque eres mi amante, deja que derrame mi semen transparente por la igualdad del hombre. Te cubriré con la roja virilidad de mi sangre que es igual a todas las sangres donde sólo el coraje proclama la verdad. He preñado las calles de Pretoria de seres dignos que ya no se valor

Encomienda

Tú, frágil muchacho rosado y puro sin marcas visibles ni colores invisibles. Sumido en el abismo de las sombras sé que me piensas; que con mi aliento alivias el temblor leve de tu tímida voz mientras lees presagios inventados en mi piel de gacela para ascender al orbe o bajar a otro cielo. Con dos lagos azules te me inundas en la represa rota de tu boca… Suspiras, me vuelves a mirar y tus pupilas ocultan lo esencial. Frágil y tierno te vuelves a ocultar en la trágica verdad de tu encomienda. © Leibi Ng

La gota

Quise exhibir del agua sus bondades henchir sus gotas a fuerza de mojarme, llover a voluntad calar a gusto, permear el material más impermeable. Quise ser gota pequeña y constante, Decidida y audaz, taladro pertinaz capaz de hacer un hueco en el peñón rígido y fuerte inamovible mole sin secarse. Continué cual plomada vía abajo surcando las laderas de montañas, mesetas y collados hasta dejar mi rastro perceptible, pues mi fragilidad es inmortal: Al viento/fuego… ¡Agua le puedo! ©Leibi Ng.

Auxilio

Dame de nuevo el Cielo. Haz de tus manos, aves. Recorre con su vuelo la geografía sedienta del peso de tu cuerpo y el agua de tus cauces. ¿No ves que en mí hay incendio; que la emergencia oprime y el corazón se expande? Que tu piel se haga mía Y mi grito, tu aliento. Te miro y pido auxilio. Se ocultan mis palabras Tras silencioso grito por repetir tu hazaña para que inundes todos los poros que respiran y matando estas ansias me devuelvas la vida. ©Leibi Ng.

Era un libro pequeño...

Era un libro pequeño de unas doscientas páginas. Tenía tapas duras AEDO era su casa. Me miraba piadoso desde el asfalto negro y me ponía “Leyendas del Cielo y de la Tierra": Atronaba en silencio. Yo no quería ensuciarme, Vergüenza es recoger lo que tiran en calle, Pero el grito era inmenso y era débil mi sangre. Me incliné con presteza y guardé en mi mochila el libro maltratado, caído u olvidado. ¡Quién sabe qué destino lo arrojó en el camino! Cuando llegué a mi casa, ¡Milagro! Aquel prodigio era el libro más lindo que entre horizonte y Cielo Yo había recogido. De allí salieron santos, Estrellas, peregrinos, Reyes y damiselas, Monstruos, mares, mendigos… Yo lavé con ternura Los pétalos escritos y No fue un libro solo, Sino mi fiel amigo. Él me ayudó a creer aún todo perdido se derrumbara entorno de mi frágil destino. Desde entonces bendigo las manos que piadosas en mitad del asfalto recogen algún libro. ©Leibi Ng

Retorno

  Me refugié en el sueño. Logré de un solo ojo meterme entre tus brazos. Me empiné cuanto pude para fundirme en sangre. Tu cuerpo se hizo agua para encauzar mi nave. Desvelados en siestas al sopor de los álamos graneado el sol de agosto acurrucó el destiempo mi vientre palma hueca de continentes varios.   Yo fui rasgando velos al atrio del templo, contemplé los cirios gigantes y el botafumeiro con su pendular metálico y gangoso entre nubes que aislaban de viles olores…   La luz de cripta luchó contra tinieblas chocando levemente en los sarcófagos de nobles endiosados a la categoría del mármol.   Todo mi ser sangró exculpando el dolor de mis debilidades. ¡Creí! ¡Creí! ¡Creí! Pero mi fe no me salvó del horror de la carne. Mis posesiones, todo lo que yo fui por la inmortalidad.   Y el amor se alejaba catacumbas abajo, serpenteó en laberintos detrás de lo secreto y me dejaba inerte. Se alzaba el desamparo.   Con mi cruz recordaba la falta de recuerdos

Nautas

A Farah Hallal en el espacio. Yo como tú viajé venas arriba. Solté velas surcando la piel de la lujuria. Desparramé en los mares el ímpetu de yegua galopando incansable por un sueño probable. Urbana, sí, cosmopolita me deshice del miedo y me solté a los aires en franca singladura. Del reino del encuentro me aprendí los senderos y no tuve sosiego por años y milenios. Su voz sorbí cual lluvia en medio del desierto: Que sólo éramos dos en plena muchedumbre. Era la geografía. Eran ciudades viejas. Nombres que se inventaron para textos de escuelas. Y era la luz, el tiempo las farolas, los días de mirlos y de olmos de sauces y sorpresas. Era el cocido, el pez, los rojos langostinos... y la amarga retama perfumando el camino En la noche, el silencio y en la mañana, el grito. Nada fue de verdad. Ni siquiera mis lágrimas. Nunca cedió el dolor ante un amor-escombros. Con el frío llegaron lo hijos de la sangre, demoledoras grietas sobre mis palmas blancas. Pero dentro de mí quedaron las respuesta