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Sexo II

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“Escribir es un acto de amor”. Simone de Beauvoir Estamos hechas de sus deseos. Cada curva de nuestras caderas contorneada por sus dedos. Nuestro sexo, concebido por sus equis y sus yes. Desde el semen patriarcal por las lágrimas que nos surcan las mejillas que un mal padre no consuela. Menstruamos acopladas al porvenir destinadas a que fecunden el huevo desde las mismas cavernas atravesando el Medioevo y todo el Renacimiento. Damiselas rescatadas. Brujas en la hoguera quemadas amas de casa cosificadas… Sometidas bajo el peso de sus cuerpos mendigando la atención del primer sexo que pregona su odio hacia la monogamia como nosotras amamos el pene cual complemento. Freud se equivocaba. El miembro, no lo envidiamos: Queremos al hombre dentro. Para eso le fregamos, cocinamos y servimos. ¡El hombre entero! Y vamos de madres, hermanas, amantes o secretarias… Todo en uno a cambio de un hombre entero. Con cerebro, con su tórax aplastándonos los senos y su pene que nos preña misión de naturalez...

A fuerza de pez

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De una visión así difuminada nace la idea aún descabellada de leyenda de dos, o mejor tres, que un pescado salvó con sus vapores. Era Sarah tan frágil, tan hermosa, que tuvo (no uno o dos) al menos siete pretendientes que al tratar de poseerla ipso facto caían exterminados cual pichones. Cómo empezó la historia, no se sabe. Lo cierto es que una noche se prendía el fuego del infierno en cercanía. Y el relumbrón semeja como amor: ardiente en las entrañas, pura lava. El mismo que esperaba aquel Tobías, quien tuvo que valerse del arcángel, que ingeniárselas en el río pescaría para salvar la vida al aspirante que el demonio celoso mataría. -Rafael, he sorteado continentes. Me embarqué en siete puertos polizonte. Viajé sobre una bala cual Munchausen y supe que era tarde aunque apurara con todas las hipérboles en bandada. Soy el puerto en la noche de amargura. Campanita que cura abierta herida. La Wendy que te arropa con ternura. La madre que te azota si hay locura. ¿Y para qué me quieres? Yo...

Porque te espero...

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Porque te espero, espero hurgando en las portadas de tus novias pasadas las vivas huellas de emociones que proclamas enterradas. Porque te espero, espero el sonido de campanas del mensaje entrante que sepulta a los de atrás bajo su peso de palabras y bytes. Porque te espero, espero que el frío se aposente en las aristas de esquinas angustiadas, silentes, redondeadas por el peso de tanto sentimiento aglutinado en sus arenas. Porque te espero, espero… y en tu espera ignoro el paso de los transeúntes, las miradas furtivas y curiosas, el tráfico incesante… la locura abrigada y la demencia desnuda. Porque te espero, espero que tu rostro ilumine la avenida en que te mueves a mi encuentro. Porque te espero, espero que nadie se dé cuenta de que existes en mi realidad inventada y yo sólo hago tiempo para no sentirme desnuda en esta ciudad poblada de soledad. ©Leibi Ng

Frágil

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Yo nunca amé el vuelo de las mariposas. Me daba miedo su fugacidad. Quedé atrapada más de una vez, -lo juro-, en polvos de alas y nervaduras frágiles, como esqueletos hechos por orfebres. Pero esos afanes de libros y crónicas, donde exhortaban a corretear tras ellas, no conmovían mi alma sedienta de lo duradero. Y sin embargo, al final de mi vida, ellas me portan mensajes del cielo, y en sus cabriolas hay más vida eterna que en las palabras de un poeta nuevo. Yo no sabía que amaría tanto el frágil vuelo de las mariposas. © Leibi Ng

Cara a cara

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Yo solía escribir de las sirenas. Pensaba que al Caribe le faltaban más mitos y piratas... más batallas y dramas. Por eso siempre me pongo en estado de alerta cuando leo noticias o cuentos sobre náufragos, buques hundidos, calamares gigantes o tortugas que hablan. Un día pregunté a Poseidón si podría visitarlo en su palacio de sales transparentes y él me miró como mira Kuan Yin, la Compasiva, perdonando la vida. -¿Qué quieres tú buscar en las profundidades si estás más cerca del Aire? -Es que la vida es reto, le dije sin hablar. Así que me permitió suicidarme. Quise emular la llama de la pasión que otro encendió en la playa. Pero no conté con la arena mojada ni me di cuenta de la brisa del alba. El corazón que miente es como una medusa: se parece a una lámpara pero no bombea luz. Y la pequeña llama se apagó sin calentarme el alma y entonces fui una ahogada embalsamada en algas, flotando en arrecifes de puntas afiladas. Y desde entonces puedo hechizar con la mirada a los peces que osan ...

Cese

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Así como roto el vínculo cesa; pretexto el trabajo. Sujeta a extravío, de invitada al festín paso a ser parte de la servidumbre. El dolor no es grande, grande es ser testigo de la muerte lenta del canto del cisne. ©Leibi Ng

Malos sueños

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Pobre de mi que albergo a ras de suelo el huérfano calor de mi desvelo, curiosa por saber si alguna vez será tu sombra la fuerza audaz que me guarezca.​ No he de buscar en derredor la paz que ausente escapa por mis miedos afanosa por llegar adentro del abrazo guardado en la memoria de angustia y de dolor encarnecida con la fe en el umbral de la desidia. Se descalabra el cielo en llanto mío y no puedo espantar tus malos sueños. ©Leibi Ng

Cobardía

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Renuncias al amor por descartado, conviertes las razones en sofismas, te rindes a pie de alcantarilla, pudiendo escalar alto y coronando. Renuncias al cariño, muerta de hambre, evitas fruto y miel en pro de tu figura; de responsabilidad, el exceso aparente, frente a una vida clavada en conjeturas. Renunciar a lo que nunca ha sido devuelve la palabra al zorro inerte abandonas las uvas tras su suerte por no alcanzar ni en sueños su estatura. Dimite, en fin, cobarde y embustera repliega tus encantos sin leyenda... llora como mujer con gran alarde lo que no osas defender porque no sabes. © Leibi Ng

Uróboro

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Cuánta ferocidad a veces muestran los amantes y más aún cuando tienen tiempo sin verse. Como culebra que se engulle por la cola terminan hechos un símbolo infinito. Como niños dementes que retozan con un deseo insaciable de conjuro se hacen polvo tragándose el espacio: la habitación desaparece de repente. Nada que dar y así se lo dan todo, mineros que golpean en la roca hasta volverla escombros a trocitos. No hay forma de parar, taladran todo. Llegan a explotar fuentes. Para cuando terminan, como siempre, ambos mueren, si hay suerte fulminante y se envuelve en fulgores de ternura la mirada brillosa de la sierpe que promete engullirse nuevamente. ©Leibi Ng

Sin centinelas

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Una capa de arena tras otra me sepultan. Quiero gritar, mas no puedo. Quiero escapar, pero no se termina. Cada vez más pequeña dentro de mi misma donde tus recuerdos me tienen prisionera. Es como recorrer por dentro a un gusano espacial: viajo directo a la caverna de su boca donde la luz no llega. Me han enterrado viva como a una concubina en mitad de una pesadilla que regurgita en la memoria. Son los círculos en el agua de una piedra lanzada con violencia desde la otra orilla. Las agujas del reloj arrasan con mis sueños segundo tras segundo; el mundo es esa esfera suspendida y pendiente en el espacio que da vueltas con una lentitud calculada donde flotan los seres y las cosas. Como badajos desprendidos de mis campanillas los deja vu crean retruécanos en mi cabeza... ¿Qué fue lo que hice o dije para encontrarme sola en la orilla del río? Los olmos enfermos me contemplan desde la podredumbre de sus cortezas. Soledad lastimera la que sonaba en la banda sonora de mi vida. Sólo la piel de ...