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Yo, la hembra

De mi esencia,  yo la hembra,  me preparé a   reducirme cual   fantasma,   orillada a   cuidar casas como ama de huecas llaves,   metal chato donde pernoctó   el poder de mis entrañas. Abrí todo, menos cuartos prohibidos.   Supe todo e ignoré amor escondido. Eduqué en alguna edad hasta al hijo   de la amante de mi marido. Yo, la hembra,  amaestrada para servir el café,   hacer mandados y oler   (como avanzadilla de un ejército) vapores perturbadores del olfato   de mi amo y señor. Extermino -cloro en mano-   la amenaza de mi amado. Cuidé cuevas. Yo, la hembra, adiestrada  para decir conveniencias,  dejé de ser resignada   cuando me goberné yo. Ya no hay padre,   ni marido,   ni un hermano   ni el amante,   ni institución   que decida por mí misma sobre mi vida y mi honor. Seré una, libre y cierta. La que ahora te consuela sin cobrarte   la factura emocional que sé te aterra. La que primero que amar, aprende a amarse. La que envuelta en autoestima puede darte  la certeza de una vida sin

AUTÓMATA

  No sé qué hay de entusiasta en despertar del sueño a la hora en que el sonido se ausenta por completo. Como auto liberada deambula la sustancia del alma derramada en no sé cuál geografía. Parece que poseo dominio de materia pero sin duda es otra quien respira mi oxígeno. No hay voces, no hay ladridos, no gritos, no canciones… ningún sonido, sirena, ni el canto de los gallos… una maga gesticula sobre jardines plenos y en vez de hacer un truco se aburre de inclemencia. La intuición se aposenta rodeada de mil folios con el desierto a diestra un vergel a siniestra; al norte el horizonte al sur la enredadera. El mapa de mí misma se adentra en cordilleras quebradas de una en otra, como un zigzag de espera.   Para decir sin voz y sin idea, carácter conocido, ni lengua hábil, la nada; se enredan lo que parecen letras: cuentas del collar ciego que anida en mi cabeza. Ideogramas perversos que sin ritmo se aciertan unos con otros, todos, sin ton ni son, sinsonte de voz hecha de miedos o total i

Alquimia

Mi lecho huele a primavera. Tempranillo es el néctar -anhelo de beber- ejerciendo la vida huyendo de la inercia. Prendida en este ser hecho de dos. Mi lecho huele a rosas mañaneras. Sudor que no es rocío y se asemeja al tacto de la seda, embriagada en perfumes tu silueta... Mi lecho huele a versos porque de tanto amarte entre susurros -alquimia de las voces sublimadas- se prolongan instantes en que transmutas la materia. ©Leibi Ng

Hora

A ti que no perdonas, a mí que no lo olvido. Cada sesenta minutos, tuyos sesenta segundos son. Intensos, afilados se clavan garganta adentro. Se hunden en mis sesos; raíz de madreselva en ruinas centenarias. Son sesenta segundos de reintegro: se repite tu voz, regurgito palabras; la broma infantil se vuelve infamia Tus palabras se agrandan y yo me hago pequeña. Vibran mis carnes de sonido plenas y hasta versos evoco tras tu eco. Cincuenta y un suspiros. Nueve angustias y la afiebrada afrenta coronada de alfileres potstraumáticos. IN FER NO A VER NO Rojos mis ojos suman desencuentros y no recuerdo ni una sola razón que me sostenga. Salvaje. Descomunal. Insalvable. Distancia de por medio sedientos nos mantiene rabiosos en la fuente hidrofóbicos, contrarios y oponentes. A media asta mis párpados mongólicos saturados de vida se enlutecen. Ruge mi voz. Se rompe un cauce camino a mi garganta Me estalla el grito interior y en sesenta nudos sesenta dentelladas fermenta la mentira abierta que m

Boomerang

Princesa Tarakanova  Probé la sal de tus minas. Mi lengua transportó diamantes. Sin ser punk, gótica ni metálica, me prendí piercings en las papilas con tu nombre, tu tipo de sangre, tu ADN y el iris de tus ojos pardos. Sin ser ninfómana me enredé en la adicción de tu lento vaivén sobre mi cuerpo (siempre sediento de tus aromas). Sin ser cristiana, confesé mil veces los más secretos misterios de mi anverso... Para encontrarme yerta en ostracismo, donde la cruda espera del amor saciado recibe el siempre cruel boomerang de lo incierto. Y el golpe dado me dejó lejos de tus minas; me expulsó al infierno donde crujen mis dientes y ya no hay sal ni luz ni retorno. © Leibi NG

Bicho

Este bicho mordaz que me ha picado no me deja ni a apagón ni a luz  de una triste  bombilla trasnochada; me escuece su aguijón desde un lugar no hallado que sin embargo existe aunque no sepa dar con su áurea de fuerte resplandor en mi cabeza. Yo no tengo conciencia del momento en que atacó mi piel, se vino adentro y no hay remedio capaz de apaciguarle porque es nigua, es abeja, es avispón de enero, es culebra o caimán, en fin, engendro. Puedo estar muy tranquila trabajando y su fuerza me agita tristemente como se agrandan las melancolías este rubor me crece tripa adentro. ¡Ay! Si tan sólo pudiese destrozarlo, hundirle ahí mis uñas hasta vencerlo, quebrarle cada pata, destrozarlo no dejarle ni abdomen ni cerebro. ¡Oh bicho que no enriquece nada ni me deja producir despierta; a la ruina me lleva, desgraciada por estar solamente deletreando, contando sílabas, dizque buscando versos. © Leibi NG

Firmeza

Boris Lipnitzki Madame Grès, Sculptural Fashion, New York, 1939 Gracias a Ντέιαν Ραντιβόγεβιτς Mírame ahora como a una estatua fría. Ya no corro a la puerta a recibirte, no importa que regreses de ti mismo. No exijo que me llames en tus viajes. No espero que me digas dónde has ido. El silencio comprensivo reina en un hogar escindido. Ya no importa el aroma de mi pelo enredado entre tus dedos, ni la mirada audaz expresando el deseo... No sigo ya tus pasos ni hurgo secretos en los escondrijos no me desafían los misterios de novedosas llamadas ni los apresurados imprevistos de cosas olvidadas. Sé de qué vas. Conozco la jugada. Un paso por delante te adivino finjo que no sé nada y permanezco como el mármol frío. © Leibi Ng.