Ir al contenido principal

Entradas

Tierra

Te escribo a ti hombre que no me miras silente narrador de madrugadas, Yo, la escriba de tus nudillos fértiles -sin rastros de impurezas- anhelo madrugadas para que su frescor te embriague con el lácteo olor que emanan mis entrañas. Desnuda tecleo el surco de luz con mis poros sedientos sin que el manto del frío contamine esta piel que te sueña alumbrando los hijos que gesto aún en tu ausencia. La alcoba de mi boda se deshace para viajar a tu encuentro. No tiene largo, altura ni profundidad; ella es la línea sobre la cual escribo desde mi ombligo insomne. Unida a ti como serpiente que sobrevive al arco de sí misma y se prolonga en la tira infinita que es puente en el océano. Cada palabra trae sus emociones. Evoco lo invisible. Construyo esta serenidad que es cuerpo en disciplina. Vacío un ánfora de palpos con las suaves huellas de las yemas de los dedos que giran y suben hacia tus labios ciertos y no hay un surco que escape de tu aliento. Destinatario pleno del alba que reafirmo la bel

ASENTAMIENTO

Quiero pensar que puedo. En vertical asomo me convierto. Del humo de la nube me desprendo cuando confundo el suelo con el Cielo. Litorales sumados como cientos en 1200 kilómetros de costas. Quiero sentir que espero, y verde escarbar en el mañana/hoy de mis dos manos, con las piernas que débiles se afincan en el peldaño undécimo (o noveno), sin presagio Quiero decir que nadie puede afanarse ileso sobre la cuerda azul del horizonte de mi pasión, sin lacerar mi fe y mi desconcierto. Quiero pensar, decir, luego vivir un país donde el mar no sea propiedad particular de un jeque y una bahía preserve la bondad de un pueblo que ferviente, no se deja engañar ni piensa, nunca más, arar en el desierto. Por Leibi Ng

Yo, la hembra

De mi esencia,  yo la hembra,  me preparé a   reducirme cual   fantasma,   orillada a   cuidar casas como ama de huecas llaves,   metal chato donde pernoctó   el poder de mis entrañas. Abrí todo, menos cuartos prohibidos.   Supe todo e ignoré amor escondido. Eduqué en alguna edad hasta al hijo   de la amante de mi marido. Yo, la hembra,  amaestrada para servir el café,   hacer mandados y oler   (como avanzadilla de un ejército) vapores perturbadores del olfato   de mi amo y señor. Extermino -cloro en mano-   la amenaza de mi amado. Cuidé cuevas. Yo, la hembra, adiestrada  para decir conveniencias,  dejé de ser resignada   cuando me goberné yo. Ya no hay padre,   ni marido,   ni un hermano   ni el amante,   ni institución   que decida por mí misma sobre mi vida y mi honor. Seré una, libre y cierta. La que ahora te consuela sin cobrarte   la factura emocional que sé te aterra. La que primero que amar, aprende a amarse. La que envuelta en autoestima puede darte  la certeza de una vida sin

AUTÓMATA

  No sé qué hay de entusiasta en despertar del sueño a la hora en que el sonido se ausenta por completo. Como auto liberada deambula la sustancia del alma derramada en no sé cuál geografía. Parece que poseo dominio de materia pero sin duda es otra quien respira mi oxígeno. No hay voces, no hay ladridos, no gritos, no canciones… ningún sonido, sirena, ni el canto de los gallos… una maga gesticula sobre jardines plenos y en vez de hacer un truco se aburre de inclemencia. La intuición se aposenta rodeada de mil folios con el desierto a diestra un vergel a siniestra; al norte el horizonte al sur la enredadera. El mapa de mí misma se adentra en cordilleras quebradas de una en otra, como un zigzag de espera.   Para decir sin voz y sin idea, carácter conocido, ni lengua hábil, la nada; se enredan lo que parecen letras: cuentas del collar ciego que anida en mi cabeza. Ideogramas perversos que sin ritmo se aciertan unos con otros, todos, sin ton ni son, sinsonte de voz hecha de miedos o total i

Alquimia

Mi lecho huele a primavera. Tempranillo es el néctar -anhelo de beber- ejerciendo la vida huyendo de la inercia. Prendida en este ser hecho de dos. Mi lecho huele a rosas mañaneras. Sudor que no es rocío y se asemeja al tacto de la seda, embriagada en perfumes tu silueta... Mi lecho huele a versos porque de tanto amarte entre susurros -alquimia de las voces sublimadas- se prolongan instantes en que transmutas la materia. ©Leibi Ng

Hora

A ti que no perdonas, a mí que no lo olvido. Cada sesenta minutos, tuyos sesenta segundos son. Intensos, afilados se clavan garganta adentro. Se hunden en mis sesos; raíz de madreselva en ruinas centenarias. Son sesenta segundos de reintegro: se repite tu voz, regurgito palabras; la broma infantil se vuelve infamia Tus palabras se agrandan y yo me hago pequeña. Vibran mis carnes de sonido plenas y hasta versos evoco tras tu eco. Cincuenta y un suspiros. Nueve angustias y la afiebrada afrenta coronada de alfileres potstraumáticos. IN FER NO A VER NO Rojos mis ojos suman desencuentros y no recuerdo ni una sola razón que me sostenga. Salvaje. Descomunal. Insalvable. Distancia de por medio sedientos nos mantiene rabiosos en la fuente hidrofóbicos, contrarios y oponentes. A media asta mis párpados mongólicos saturados de vida se enlutecen. Ruge mi voz. Se rompe un cauce camino a mi garganta Me estalla el grito interior y en sesenta nudos sesenta dentelladas fermenta la mentira abierta que m

Boomerang

Princesa Tarakanova  Probé la sal de tus minas. Mi lengua transportó diamantes. Sin ser punk, gótica ni metálica, me prendí piercings en las papilas con tu nombre, tu tipo de sangre, tu ADN y el iris de tus ojos pardos. Sin ser ninfómana me enredé en la adicción de tu lento vaivén sobre mi cuerpo (siempre sediento de tus aromas). Sin ser cristiana, confesé mil veces los más secretos misterios de mi anverso... Para encontrarme yerta en ostracismo, donde la cruda espera del amor saciado recibe el siempre cruel boomerang de lo incierto. Y el golpe dado me dejó lejos de tus minas; me expulsó al infierno donde crujen mis dientes y ya no hay sal ni luz ni retorno. © Leibi NG