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PERDER EL FUEGO, PERDER EL JUEGO

"Entre los dos, amor, yo sola soy la única que amo." Canción. De acero son las palabras: “Nadie manda al corazón”… En la piel abre unos labios, púrpura flor se dibuja adornando su martirio, heladas brasas la carne cauterizada con pena un frío de invernadero se acurruca en lo más hondo. Como un camino de lava lentamente va avanzando por la piel abierta en dos. Se rompe su biología sobre una playa desierta. Venas y vasos desfogan la autodestrucción dormida enclaustrada largos años en el corpus del dolor. Afuera nadie lo nota, el desgarre incontenible de unilateral amor. Habría que mirar profundo en las pupilas ocultas, repitiendo como un eco: “Nadie manda al corazón”. ©Leibi Ng

Seducción

Del blanco de tus ojos mansedumbre unida a la sonrisa cual de santo emana aroma fino de costumbre guardada en la apariencia… La dádiva en la voz el gusto atento la palabra gentil (ya es un señuelo) de la vital mordida de valor seductor sátiro en celo Pero el olfato da señal de aviso a la caza feroz que oculta formas y no bien se presenta flauta en mano la ninfa que persigue se evapora. Guarda en el risco el cambiante horizonte soñando que vendrá fetiche en mano: una seda que vuela como un pájaro. ©Leibi Ng

DIEGO

Ahora me ha dado por seguirle los pasos a tu apellido, nombre que recuerda a un lago en calma o a un ser instruido, sabio en la sombra, parsimonioso y breve. Él solo logra nombrar pequeñas cosas desentrañando el color de la espera extrae el alma dormida en las esferas. Yo sé que nunca llegaré a apresarlo con mi impaciencia y este vivir corriendo sin respirar el aire de allá afuera con su silencio como de cementerio. No sé de hormigas, secretos entrañables, no sé de gatos con fuego en las pupilas no sé de trenes, fantasmas sobre rieles. Diego, el que nombra escindiendo el cielo: penumbra y luz, matices que diluyen sinfín de génesis en origen perpetuo. Y esa pared formada por las motas de un polvo cósmico que nunca se enamora y jamás toca el suelo. Desayunar con el café más tierno nombrar el pan y paladearlo lerdo, Diego-trasluz en el patio tan suyo rey poderoso del reinado Tiempo. Veo emociones en su decir honesto un cruce extraño con la melancolía de uno sin libertad para soñar ventana

ESPALDA

Todos se preguntan ¿qué busca? y la cuestión no se resuelve. Requiere un sacrificio por las contradicciones del amor. Sintiendo en cada célula mi sangre coagulada ni respiro ni vivo signada por ti mojón en el camino cosa inútil e inerte paralizada muerta... Vencer o morir pero sin armas con invisibles fuerzas que te asedian todo diciendo no. tú, dominante erecto en el confín del otro abismo. Obstinada como esperando el jaque sabiendo que mi sangre hecha de nudos se volverá a licuar cuando estés cerca y volveré a vivir para morir de nuevo ante la suerte de amar a quien no debo en este ciclo eterno de cara o cruz, de anverso y de revés ahora de espaldas. ©Leibi Ng

Sin título (archivo personal)

A tu regreso lejos de la riña, sin guerras de palabras, buscarías la paz. La paz que no se encuentra en casa ajena. La que anida en sábana y mantel oliendo el perfume humano esencia de ternura. No toques mi cabeza que me robas la suerte. No hurgues en mis sesos. Hay cosas que es mejor no recordar. Aunque para quemar hay que airear cosas viejas. Muy dentro no hay oxígeno. Sin él no hay combustión. ©Leibi Ng

DESTINO

El destino de la cortina de agua más allá de los poros de la tierra… ¿tendrá alguna carta de azogue? Como niñas que roban vino se desparraman líquidas las gotas. Corren, corren…           Se deslizan,                salvan obstáculos... Hacia un final incierto arrastran la cloaca, el mar inmenso -incluyendo materia- “Agüacero en venganza” que no alcanza la guerra. Por debajo, raíces hechas enredaderas se chupan ese llanto clemente e inconsciente. Sin retorno el camino, surca humedad reciente. En el firmamento las espadas refulgen y abundan las heridas tajos tan transparentes que podrían echar sangre con dolores recientes. ©Leibi Ng Inicia la temporada ciclónica en Santo Domingo

Nací para estar triste

Gloria Fortun. Pinterest La flor que en su momento, esplendor luce sola, sabe que morirá marchita en gloria. Una abeja su polen lleva (mensaje al viento) y otra vez nacerá sin argumento. Pero el hombre que tala, ara, destruye y vuelve a hacer... no siempre tiene un hijo que conserve aquello que su viejo construyó con sudor y con lágrimas. Y aquí estoy yo, entrando por los ojos la tristeza de ver que otros desprecian el oro del saber.             Crecí sin libros. El hambre de tenerlos se ha instalado en mis huesos. Muero despierta y sé, que éstas, mis cosas, nadie querrá a su vez. ¡Oh, abeja dorada, con tu franja de tinta, escríbeme esta página! Haz que mis sentimientos permanezcan en tierna inteligencia y que un día la tristeza sea borrada cuando la Humanidad desista de atesorar lo material y entienda que la vida se perpetúa por ese hilo de oro de la abeja que hace renacer el saber en nuevas plazas. ©Leibi Ng