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Rigor mortis


Sabe de ausencia,
de extremo cansancio;
se le va la mente por diversos lados
y viene la imagen del cruel colador.

El cuerpo resiste al avance insidioso.
Distante, indolente, de no ser por la lengua,
todo en él se hace rígido, agarrotado, tieso,
imitando el filo de los acantilados
vueltos dientes afilados
de tanto viento y sal, de tanto olvido...

Yo descubrí en el frío
que la muerte no es más
que la maldición de Dios
sobre los cuerpos
de repetir al infinito la historia
de la mujer de Loth:
No de sal sino de piedras
y huesos en ausencia de sangre.

El rigor mortis te deja hecho estatua:
No regresas al polvo sino a la piedra.

La vida es lo que alcanzas
al contemplar el ir y venir de las olas
o el inestable baile de las llamas.

Si el hálito fuese visible,
el vaho de la vida se adentrara
movilizando huesos carne adentro.

Lo he visto en la mirada de los locos
que dejan las pupilas dislocadas
en las cuencas impávidas del dueño ausente.

Está el cuerpo piedra
en dominio de una matrix cuerda por inercia,
incapaz del paro,
caballo desbocado, sin riendas ni jinete.

Es por eso que la verborrea atropella sin semáforos
y chocan las ideas dando grandes saltos
donde la coherencia dejó de sincronizar datos.

Sólo eso explica que las emociones no sigan los pasos
poniendo en sonrisas seriedad macabra,
o comedia viva en mejillas de mármol.

Y digo mármol como quien llama lápida
a la piel del muerto que sigue viviendo
arrastrando días, horas, calendario,
bebiendo y comiendo, creyendo respira...

Sus orgasmos se vuelven promesas
como beso ausente de libidinoso
que por más que intenta ni puede ni alcanza.

Así la alegría se va de la gente
o la gente resta ya sin alegrías,
el caso es que zombies caminan la vía
los muertos vivientes que andan por la vida
sin saber que rígidos sus músculos atiesan
las venas y arterias donde un día fluían
la sangre, la linfa, la pasión, la vida.

©Leibi Ng

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